Miguel Ángel Gómez Polanco
“Puedes observar cómo la divinidad fulmina con susrayos a
los seres que sobresalen demasiado, sin permitir que se jacten de su
condición...puedes observar también cómo siempre lanza sus dardos desde el
cielo contra los mayores edificios y los árboles más altos, pues la divinidad
tiende a abatir todo lo que descuella en demasía”
-Herodoto
En
2009, dentro del número 132 de la revista "Brain: Journal of
Neurology", el académico del departamento de Psiquiatría y las Ciencias
del Comportamiento en la Duke University (Estados Unidos), David Owen, hizo un
análisis de varios dirigentes y líderes mundiales que no padecieron dolencias
mentales pero desarrollaron un tipo de comportamiento que el mismo autor, junto
al psiquiatra Jonathan Davidson, denominaron “Síndrome de Hubris”.
De acuerdo con los estudios que realizaron ambos,
sustentados en gran medida por antecedentes empíricos y hasta clínicos de grandes
personajes del estudio de la mente como Sigmund Freud, Jerrold Post e incluso
del célebre historiador y periodista, Malcolm Gladwell; el artículo describe,
con base en las anotaciones hechas a partir de la contemplación conductual de
100 de los más importantes mandatarios de la historia universal, un posible
trastorno sicológico (sí, así se escribe ahora según la RAE) que, debido a sus
características, se le denominó “la enfermedad del poder”.
Resulta que el “Síndrome de Hubris” (de la raíz griega
“hibris”, entendido como “desmesura”) caracteriza a quien lo padece por una
severa impetuosidad, así como por su aversión por las sugerencias o consejos, además
de poseer una forma de incompetencia derivada de su impulsividad, dificultad
para evaluar consecuencias de los propios actos e intolerancia a los errores,
porque se creen “todopoderosos” e infalibles.
Según Owen y Davidson, este trastorno, aunque no
está reconocido todavía como tal (por lo menos hasta Manual siquiátrico DSM-V)
éste ha comenzado a utilizarse como terminología descriptiva para personas que
presentan cierta sintomatología asociada con la obtención del “poder”
relacionado con los Gobiernos, destacando detalles de personalidad como ver al
mundo como un lugar de autoglorificación o manifestar un celo mesiánico, exaltado
continuamente en su discurso.
Además, las y los individuos con “Hubris” muestran
excesiva confianza en sí mismos, exhiben una fe inconmovible en que serán
reivindicados y, de manera muy natural –ojo- recurren a acciones inquietantes,
impulsivas e imprudentes que suelen ver como una razón propia que los demás
deben asumir como una verdad absoluta.
Sí, amable lectora y lector, estoy
seguro que hasta aquí, a usted –como a mí- nos suenan muy conocidos estos
síntomas, sobre todo, con el 2018 en ciernes.
Y es que México, sobre todo en las
dos últimas elecciones presidenciales (2006 y 2012) ha iniciado con la
experimentación en ascenso de un culto a la personalidad y caudillismo
inéditos, provocados en gran parte por el hartazgo social que ha encontrado,
principalmente en las tecnologías de la información, una manera de despertar de
su aletargada sumisión, pero con cantidades de adrenalina que a veces confunden
el verdadero ideal de cambio, sustituyéndolo por un extraño conformismo
representado en “hacer del menos pior,
al ideáticamente mejor”.
SUI GENERIS
Las
y los mexicanos deberíamos estar muy agradecidos con Owen y Davidson: por fin
tenemos un término sustentado en la ciencia para calificar a quienes proponen “amnistías”
con la delincuencia y después aparecen felices de la vida liberando tortuguitas
en las costas de Oaxaca.
También, el “Síndrome de Hubris” alcanzará,
gracias a los mencionados especialistas, para describir a aquellos que, ya “dedeados”,
inician con el dispendio a varios medios de comunicación para que éstos hablen
bonito, qué digo bonito ¡hermoso y poético sobre ellos! coartando la libertad
de expresión con tal de obtener uno o varios sesgos de opinión pública para que
los votantes viejos, los nuevos y los intermedios no se acuerden de sus pasajes
fraudulentos (como el Fobaproa).
Pero a estos personajes se les olvida que en la
historia del que cree (y del que no, también), y tal como lo afirma Herodoto: la
divinidad se encarga de poner todo en su lugar, cuando la desmesura y el exceso
se vuelven el sello de quien busca el poder -ahora sí, dicho con certeza- de
forma enfermiza, valiéndose del pueblo que los elige.
Así que ya lo sabe: si usted conoce
a algún paciente potencial de “Hubris”, de preferencia, no vote por él. No nos
vayamos a convertir en súbditos de su trastorno.
Twitter: @magomezpolanco
FB: facebook.com/magomezpolanco
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