viernes, 8 de diciembre de 2017

Hubris, mesías y elecciones, lo que nos depara 2018

Miguel Ángel Gómez Polanco

“Puedes observar cómo la divinidad fulmina con susrayos a los seres que sobresalen demasiado, sin permitir que se jacten de su condición...puedes observar también cómo siempre lanza sus dardos desde el cielo contra los mayores edificios y los árboles más altos, pues la divinidad tiende a abatir todo lo que descuella en demasía”

-Herodoto


En 2009, dentro del número 132 de la revista "Brain: Journal of Neurology", el académico del departamento de Psiquiatría y las Ciencias del Comportamiento en la Duke University (Estados Unidos), David Owen, hizo un análisis de varios dirigentes y líderes mundiales que no padecieron dolencias mentales pero desarrollaron un tipo de comportamiento que el mismo autor, junto al psiquiatra Jonathan Davidson, denominaron “Síndrome de Hubris”.

De acuerdo con los estudios que realizaron ambos, sustentados en gran medida por antecedentes empíricos y hasta clínicos de grandes personajes del estudio de la mente como Sigmund Freud, Jerrold Post e incluso del célebre historiador y periodista, Malcolm Gladwell; el artículo describe, con base en las anotaciones hechas a partir de la contemplación conductual de 100 de los más importantes mandatarios de la historia universal, un posible trastorno sicológico (sí, así se escribe ahora según la RAE) que, debido a sus características, se le denominó “la enfermedad del poder”.

Resulta que el “Síndrome de Hubris” (de la raíz griega “hibris”, entendido como “desmesura”) caracteriza a quien lo padece por una severa impetuosidad, así como por su aversión por las sugerencias o consejos, además de poseer una forma de incompetencia derivada de su impulsividad, dificultad para evaluar consecuencias de los propios actos e intolerancia a los errores, porque se creen “todopoderosos” e infalibles.

Según Owen y Davidson, este trastorno, aunque no está reconocido todavía como tal (por lo menos hasta Manual siquiátrico DSM-V) éste ha comenzado a utilizarse como terminología descriptiva para personas que presentan cierta sintomatología asociada con la obtención del “poder” relacionado con los Gobiernos, destacando detalles de personalidad como ver al mundo como un lugar de autoglorificación o manifestar un celo mesiánico, exaltado continuamente en su discurso.

Además, las y los individuos con “Hubris” muestran excesiva confianza en sí mismos, exhiben una fe inconmovible en que serán reivindicados y, de manera muy natural –ojo- recurren a acciones inquietantes, impulsivas e imprudentes que suelen ver como una razón propia que los demás deben asumir como una verdad absoluta.
            
        Sí, amable lectora y lector, estoy seguro que hasta aquí, a usted –como a mí- nos suenan muy conocidos estos síntomas, sobre todo, con el 2018 en ciernes.
            
      Y es que México, sobre todo en las dos últimas elecciones presidenciales (2006 y 2012) ha iniciado con la experimentación en ascenso de un culto a la personalidad y caudillismo inéditos, provocados en gran parte por el hartazgo social que ha encontrado, principalmente en las tecnologías de la información, una manera de despertar de su aletargada sumisión, pero con cantidades de adrenalina que a veces confunden el verdadero ideal de cambio, sustituyéndolo por un extraño conformismo representado en “hacer del menos pior, al ideáticamente mejor”.
           

SUI GENERIS

Las y los mexicanos deberíamos estar muy agradecidos con Owen y Davidson: por fin tenemos un término sustentado en la ciencia para calificar a quienes proponen “amnistías” con la delincuencia y después aparecen felices de la vida liberando tortuguitas en las costas de Oaxaca.

            También, el “Síndrome de Hubris” alcanzará, gracias a los mencionados especialistas, para describir a aquellos que, ya “dedeados”, inician con el dispendio a varios medios de comunicación para que éstos hablen bonito, qué digo bonito ¡hermoso y poético sobre ellos! coartando la libertad de expresión con tal de obtener uno o varios sesgos de opinión pública para que los votantes viejos, los nuevos y los intermedios no se acuerden de sus pasajes fraudulentos (como el Fobaproa).

Pero a estos personajes se les olvida que en la historia del que cree (y del que no, también), y tal como lo afirma Herodoto: la divinidad se encarga de poner todo en su lugar, cuando la desmesura y el exceso se vuelven el sello de quien busca el poder -ahora sí, dicho con certeza- de forma enfermiza, valiéndose del pueblo que los elige.


            Así que ya lo sabe: si usted conoce a algún paciente potencial de “Hubris”, de preferencia, no vote por él. No nos vayamos a convertir en súbditos de su trastorno.




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