Miguel
Ángel Gómez Polanco
Duro panorama tiene
enfrente el priismo de cara a 2018. Los descalabros electorales de 2016 y 2017,
sumados al cuestionado triunfo en su bastión político, el Estado de México,
dejan al “tricolor” en una comprometida situación que permite pronosticar una
batalla cruenta para la sucesión presidencial en ciernes.
Y por si fuera poco, partidos políticos en otra posición
quizás más optimista derivada de sus últimos resultados electorales, encabezados
por el Partido de la Revolución Democrática (PRD); dialogan y promueven la
posible estructuración de un bloque opositor como el Frente Amplio Democrático,
en vías de “tumbar” al partido gobernante y como respuesta al pobre desempeño que
ha tenido éste, luego de una ausencia en la Presidencia por 12 años.
Pero es
necesario, para entender el posible efecto que tendía un Frente con estas características
en nuestras tierras, conocer el impacto que han tenido movimientos similares
sobre todo en Latinoamérica, donde la lucha por el poder suele polarizarse a
grados incluso trágicos (léase Venezuela y Chile, como referentes más
sobresalientes).
En este contexto, hay un ejemplo que resulta inevitable
traer a colación; en una parte, por lo exitoso que ha sido, así como por la similitud
que guarda con las cualidades y virtudes, oportunidades y debilidades de
nuestra nación, México.
Uruguay: epicentro contemporáneo de los Frentes Amplios
Democráticos y donde un 05 de febrero de 1971, bajo el liderazgo de tres partidos
principalmente, el Comunista, Socialista y Demócrata-Cristiano, nacería uno de
los bloques político-progresistas, plurales y democráticos más importantes del
continente.
Sustentado
en un sistema electoral de origen belga adoptado desde inicios del Siglo XX denominado
“de lemas”; la nación uruguaya logró una convergencia de prácticamente todas las
posturas ideológicas que cohabitaban en aquel momento, para lograr canalizar sus
proyectos de Gobierno en una sola dirección.
Pero en
el Frente Amplio de Uruguay, además, hay una clave imperdible: sus orígenes están
cimentados en la unidad obtenida a través de organizaciones sindicales
incorporadas a la llamada “Convención Nacional de Trabajadores” (CNT) la cual
conglomera, desde la década de los años 70, a todos los intereses de la clase trabajadora
-predominante en aquel país- como eje conductor de la selección de candidatas y
candidatos con plena identificación ante el pueblo y con capacidades para
gobernar.
Otro factor fundamental en esta iniciativa fue que para
llegar al “Congreso del Pueblo” que derivó en la CNT, las reuniones previas
entre fuerzas políticas tuvieron como prioridad la consecución de acuerdos en
beneficio de la sociedad, con conocimiento de las mismas y plasmándolas en
planes de acción programáticos y no precisamente ideológicos.
En la actualidad, el éxito de este Frente en Uruguay (convertido
ya en un Instituto Político) es incuestionable: tres presidencias consecutivas ganadas
a partir de 2005, entre ellas, con José Alberto Mujica Cordano, mejor conocido
como “Pepe Mujica” al frente del país, cuya representatividad de progreso y
extracción trabajadora, han generado una popularidad única no solo en América,
sino en el mundo entero, ligada a los logros en materia de empleo, abatimiento
de la pobreza, salud y en el sector energético (en este último rubro, ubicando
al país como importante desarrollador de parques eólicos).
Y sí,
seguramente usted está pensando lo mismo que yo: en ningún momento, la
conformación del Frente Amplio uruguayo contempló como prioridad “derrocar” un
régimen, sino privilegiar los intereses de la gente a través de la representación
popular y un objetivo común.
Pero en México tenemos un serio problema aspiracional, de
poder, de respeto al pueblo, pero sobre todo, de conformismo.
Y es
que más allá de la oportunidad que representa organizar un Frente Amplio
Democrático en México “para sacar al PRI”, está la posibilidad de que México
cuente con un Gobierno realmente plural y democrático, integrado por fuerzas políticas
cuyas corrientes de pensamiento generen diversidad en sus políticas para el
servicio público, dando al país un enfoque progresista y realmente competitivo.
Esa debe ser la prioridad y así se tiene que ver.
No
obstante, la tradicional incógnita mexicana continúa, ahora como un pesado lastre
para que realmente se pueda pensar en una oportunidad inédita para nuestro país:
¿podrá una meta común basada la urgente necesidad de cambio, contra el
populismo mesiánico y la “necesidad de ocasión”, ésa de los “500 pesos para
seis años”?
SUI
GENERIS
En éste el “siglo de las
alianzas”, el PRD ha sido y será factor decisivo. La diferencia en votos que
aporta este instituto político definirá, sin lugar a dudas, la denominada “madre
de todas las batallas” en 2018.
Sin
irse lejos: para 2016 en Veracruz, los 169 mil votos que cosechó el PRD fueron exactamente lo que dio la diferencia al hoy Gobernador Miguel Ángel Yunes
Linares para su asunción a la titularidad del Ejecutivo estatal. Mientras, más
reciente, en el Estado de México fue justamente la mayoría representativa de la
izquierda entre Morena y PRD la que “ganó” en cantidad, pero no en las
urnas ante la negativa de conformar una coalición que les hubiese dado una
diferencia de casi un millón de votos (918 mil 709) por encima de los 2
millones 48,325 votos del PRI.
Y esto lo
saben perfectamente al interior del Sol
Azteca; saben de su recuperación y por ello ahora se promueven como los
impulsores del Frente Amplio Democrático en el país.
¿Alcanzará el liderazgo de este resurgimiento de la
fuerza más representativa de la izquierda, para consolidar un histórico Frente
común que, además de derrotar al PRI, sirva como preámbulo de una nueva y más democrática etapa de beneficios para
México?