lunes, 31 de agosto de 2015

Veracruz, tierra de buenos priístas

Miguel Ángel Gómez Polanco


“Mantener una disciplina de sostén al orden legal, mediante la
unificación de los elementos revolucionarios del país”
Base Estatutaria; Partido Nacional Revolucionario - 1929


La Revolución Mexicana, sin duda, marcó un antes y un después en la historia de México. Eso cualquiera lo sabe; incluso, pese a haberse desarrollado bajo la ausencia de verdaderos liderazgos (Zapata y Villa eran íconos de poder distribuido, más no líderes propiamente).
            Sin embargo, la etapa posrevolucionaria fue la que verdaderamente desencadenó los cambios más drásticos en nuestro país, cuando nació el presidencialismo, la Iglesia se sublevó, no para ganar, sino para ubicarse por sí misma en el estatus que le correspondía dentro de un país insurgente y cada día más plural, así como por la creación del Partido que ejerció las acciones de aglomeración revolucionaria (o unificación, como ellos le llamaban) más “ocurrente” pero efectiva de la que se tenga registro: el Partido Revolucionario Institucional.
            Y es que justamente posterior al asesinato de Álvaro Obregón, comenzó el asunto que aquí se expone y que mediante algunas comparaciones, dará sentido al título al panfleto. Ya verá por qué.
            Resulta que hubo un individuo, nombrado “el máximo revolucionario” (de ahí lo del “Maximato” y, bueno, ya sabe usted el resto) que tuvo una trascendental “idea”, allá por el fatídico período de crisis económica mundial de 1929.
            Plutarco Elías Calles, a quien atribuían ser partícipe del gobierno dual durante el primer ciclo de Álvaro Obregón como presidente de México (y al final, el único); luego del fatal acontecimiento en el restaurante Las Bombillas, donde resultó ultimado, inició una etapa de reagrupamiento, con la finalidad de institucionalizar las expresiones revolucionarias y mantener el orden social; algo que en apariencia era un buen planteamiento… aunque probablemente Calles nunca imaginó lo que sucedería durante más de 70 años después.
            Es decir: el padre del priísmo, decidió cerrar filas –voluntariamente y a fuerzas- para evitar la alteración del país en tiempos de reestructuración.
            Y ahí le va la primera: Veracruz, gobernado por el PRI y particularmente en el presente sexenio, decidió someter a la ciudadanía contra su propio escarnio: a los mal educados viales, los aplacó con un reglamento que castiga, más que a las malas conductas vehiculares, a los bolsillos de quienes habitan un estado en crisis (igual que en aquel México del “Maximato”).
Incluso, el oriundo de Córdoba y Veracruz (así de picudo es) burocratizó al sector considerado hasta ahora, el único insurgente: el periodismo, con la conformación de una “Comisión” cuya finalidad no es otra que definir la diferencia entre una publicación o acción legítima y propia de la libertad de expresión, y otra que no cubra las “expectativas” o lineamientos gubernamentales para otorgársela, siendo descalificada de inmediato.
Ahora bien, el PRI es el principal autor de las operaciones de reclusión social más célebres conocidas y cimentadas en acontecimientos muy curiosos.
Ejemplo de lo anterior fueron: el inicio de la formal demagogia con el juramento del mismo Plutarco en la tumba de Zapata, prometiéndole “seguir con el programa y la libertad agraria”; Gustavo Díaz y el 68; Fernando Gutiérrez Barrios y su “Guerra Sucia” y Miguel de la Madrid con el exterminio de la Red Privada del periodista Manuel Buendía.
De regreso a Veracruz, hubo un omnipresente gobernante que así como de momento estaba comprando un boleto de lotería, de pronto aparecía descalzo, entre inundaciones y abrazando a las víctimas de los desastres naturales que azotaban a la entidad, o inaugurando puentes (de los que hoy se desconoce su paradero).
Por otra parte está el otro que, no obstante su frágil temperamento e inexperiencia para gobernar; al puro estilo de los “grandes” como Gustavo, Fernando y Miguel, decidió “controlar” a la sociedad instándola a “textear responsablemente” en sus redes sociales (principal medio de comunicación contemporáneo a nivel mundial), con el argumento de que “la seguridad es un tema de todos” y porque resulta imposible “poner un policía a cada ciudadano”, así que lo mejor es no andar en malos pasos, por aquello de que “caigan las manzanas podridas”.
O sea, en pocas palabras, que “calladitos nos vemos más bonitos”… no sea que se sigan engordando (y no, no es chiste pesado) las cifras de desapariciones forzadas -rubro en el que conservamos la cuarta parte del total de éstas en el país- así como la de muertes de periodistas, adquisición de deuda y la del honroso cuarto lugar en índices de pobreza a nivel nacional.


SUI GENERIS

Dicho lo anterior y agradeciendo la consideración por únicamente referirme al pasado inmediato y presente de nuestra rica entidad (por razones que está de más mencionar), pregunto a usted: tomando como referencia los inicios del priísmo, en cuyas bases se funda la actualidad reconocible de nuestro país ¿ah poco no cree Veracruz es una verdadera tierra de buenos y verdaderos priístas, de ésos que “saben” como mantener el orden?



POST-IT: Tan mal anda la administración de recursos en Veracruz (en todos los órdenes) que la Rectora de la Universidad Veracruzana, Sara Ladrón de Guevara, "se vio en la necesidad" de solicitar a la Federación que sus recursos sean directamente depositados en las arcas universitarias, porque acá en el estado quién sabe para dónde se van los dineros con esta etiqueta. Lo malo: le intentó "sobar" el fregadazo al gobierno estatal, resaltando el presupuesto que recibe de su parte... aunque como dice la canción "ya es muy tarde, el daño está hecho". Esa Sarita es una loquilla, sin duda.




Twitter: @MA_GomezPolanco

lunes, 10 de agosto de 2015

Fidel Castro: profeta que México anhelaría tener

Conmemorando a Fidel Castro Ruz,
nacido 13 de agosto de 1926

Corría el año de 1973. La Guerra Fría continuaba su sinuoso proceder en el mundo entero, con países involucrados de manera casi desprotegida pero activa, mientras en algunos como México, transcurría otro tipo de conflictos que, distinguidos por la secrecía y elegante represión, algunas esferas del poder y prensa “seleccionada” conocieron como “Guerra Sucia”.
            La “Guerra Sucia” mexicana consistía en la realización de acciones por bloque, para la contención de movimientos insurgentes en el país, teniendo al Gobierno Federal a cargo de Luis Echeverría Álvarez como su principal promotor, aunque el verdadero gestor de las estrategias fue el conocido –y temido- Capitán Fernando Gutiérrez Barrios, principalmente durante su estancia en la Dirección Federal de Seguridad, hasta 1970 (oficialmente).
            Dicha contrainsurgencia tenía como finalidad principal “mantener el orden” en tiempos de agitación mundial, buscando garantizar condiciones para que nuestro país fungiera como un mediador conveniente en medio de la trifulca silenciosa de la Guerra Fría.
            Lo malo es que esta serie de acciones, también sumaron, como dicen por ahí: “otra raya más al tigre” del partido hegemónico –y “democráticamente” único- que durante más de 70 años gobernó México y que en la actualidad, ostenta el regreso más fatídico del que se tenga memoria histórica.
            No obstante, estimada y estimado lector, lo destacable del presente panfleto, definitivamente no es aquel acontecimiento anti-guerrilla que distinguió a nuestra nación –y sigue distinguiendo, infortunadamente, por ejemplo, mediante la censura y el asesinato de la verdad por todos conocido-.
Pero lo verdaderamente curioso es lo que aquellos acontecimientos hicieron derivar en ciertas relaciones diplomáticas que hoy ocupan un sesgo trascendental en la atención sociopolítica del planeta, como el estatus de la isla caribeña, Cuba en nuestros días. Ahí le va el por qué.
            Resulta que tras la Revolución Cubana que acabó con el régimen de Fulgencio Batista en 1959, los próceres de la independencia cubana –salvo José Martí, de quien sus ideales modernistas fueron gradualmente convertidos en una amalgama militar de la Revolución liderada por Ernesto Guevara y Fidel Castro-, resultó muy necesario para los caribeños establecer relaciones que contribuyeran con el sostenimiento de la Isla, en su período de reestructuración independiente.
            Una de estas convenientes relaciones fue precisamente con México, pues ante la coyuntura represiva impulsada por el gobierno del país, la representación revolucionaria de Cuba resultaba “incómoda” para un posible surgimiento insurgente en la Nación mexicana, y que justamente se estaba intentando contener a través del exterminio de los “emuladores” cubanos y de izquierda.
            ¿La condición?: México apoyaría a Cuba, siempre y cuando la Isla se mantuviera al margen de las acciones emprendidas en nuestro país, con el objeto de evitar inspiraciones como las de Bolivia, Chile, Colombia y Paraguay, principalmente, que complicaran el mencionado exterminio y sin importar que en 1956, el mismísimo “Che” y los hermanos Castro, hubieran sido apresados en México durante la planeación inicial de la Revolución Cubana.
A cambio, México apoyaría la permanencia de Cuba en la OEA y enviaría comida y medicinas a la Isla, para “soportar” los remanentes de la Guerra Fría.
Es decir: la incongruencia y la doble moral en el modus operandi del partido “tricolor”, desde hace décadas, prevalece; por un lado reprimiendo insurgencias en territorio propio y por otro, apoyando países históricamente insurgentes.
Y es aquí donde encuentra su título la presente “Vía Crítica”, pues resulta que personajes con notable habilidad progresista como Fidel Casto; quien en todo momento sobrepuso los intereses de su país, aun cuando el potencial revolucionario en México pudo significar la extensión de su presencia en América Latina; evitó el hecho y, además, se dio el lujo incluso de “predecir” lo que pasaría con la Isla posteriormente, de acuerdo con los cálculos diplomáticos que desde la década de los setenta, vivió como precursor de la independencia cubana.
"Estados Unidos dialogará con nosotros (Cuba) cuando tenga un presidente negro y haya en el mundo un papa latinoamericano", respondió Castro en 1973 al periodista ingles Bryan Davis, cuando éste preguntó sobre la posibilidad de reestablecer las relaciones entre Cuba y Estados Unidos; esto, de acuerdo con un texto recientemente publicado por el escritor y periodista argentino Pedro Jorge Solans, cuya versión no ha sido desmentida oficialmente por el propio Castro ni el Gobierno de Cuba, aunque también existan las versiones de que se trataba de una “broma”.
Independientemente de la veracidad, lo anterior habría ocurrido –según Solons- durante los tiempos de mayor tensión para los caribeños… y cuando en México estábamos igual que ahora: con pronósticos que, más bien, se han vuelto insufribles monotonías que dan sentido a un retroceso en todos los aspectos.
Y es que ¿quién se atrevería a “profetizar” acá, como Fidel, en una tierra donde la represión  ha aumentado las cifras de desapariciones, muertes, inestabilidad económica y falta de oportunidades, en todos los rubros?
¿Quién podría “predecir” un avance en el país donde contamos con múltiples “Mesías”, principados demagógicos y deseperanza social, reflejada en “revoluciones de escritorio” auspiciadas por las redes sociales: tan efectivas como simuladoras en los ánimos de cambio?
Y es que, aunque el efecto de apertura cubano se podría atribuir a la “condescendencia” política de Estados Unidos, la realidad es que el estratega llamado Fidel supo qué pasaría, por qué y cuándo, sin importar el tiempo que se llevaría para obtenerlo.
Y en México, estimada y estimado lector ¿quién se atreve a por lo menos suponer cuál es la vía de escape a la cada vez más degradada situación que vivimos como Nación?

Que la “paciencia cubana” nos sirva de consuelo, mientras aseguramos que en México, definitivamente –y hasta de broma- nos encantaría tener un profeta como Fidel Castro Ruz: festejado del mes, con 89 años cumplidos este 13 de agosto.



Twitter: @MA_GomezPolanco

martes, 4 de agosto de 2015

Para mí que no fue el Estado

“Pórtense bien. Háganlo por ustedes pero
también por mí, porque si algo les pasa a
ustedes al que crucifican es a mí”

Casi siempre lo encontraba a la hora de la comida, después de las dos de la tarde. No éramos precisamente amigos, pero sí “vecinos”, pues vivía cerca de donde trabajo; muy cerca, diría yo. Nuestro saludo era siempre cordial. Sabíamos quiénes éramos. “Kiovo carnal”, le dije la última vez; “¿qué onda, Miguel?”, me respondió y nos despedimos en ese mismo instante.
Era de esas personas por las que sientes admiración profesional, sobre todo por su valentía, y esto hacía que existiese una relación con él. Además, su trato hablaba de la calidad de persona que era: siempre atento, siempre amable.
            Yo había dejado de  ejercer el periodismo. El miedo me absorbió y después de un par de acontecimientos en los que me sentí censurado, decidí parar. Me dediqué a otras cosas menos “comprometidas”, pues ya eran varios los “enemigos” que me había hecho en el sistema. Tenía y tengo miedo.
Pero él siguió; me dio cátedra de templanza, arrojo y profesionalismo; a mí y a otros colegas más, que habían tomado la misma determinación que yo, de dejar lo que más nos apasionaba, por seguridad.
            Pero en Rubén, el peligro escaló. No eran pocas las personas que hablaban del riesgo que corría y él lo sabía, sin que contará con garantías de protección, por lo que decidió huir, resguardarse en su lugar de nacimiento, el Distrito Federal.
            Pero ¿lo que le sucedió a Rubén, fue obra del Estado, como se acostumbra decir? Yo no lo creo. Verá usted por qué:
            De acuerdo con nuestra Carta Magna del país (Artículo  1ero), “todas las personas gozaran de los derechos humanos reconocidos en esta Constitución y en los tratados internacionales de los que el Estado mexicano sea parte, así como de las garantías para su protección, cuyo ejercicio no podrá restringirse ni suspenderse”.          
            En este sentido, me pregunto: de los 28 tratados internacionales en materia de derechos humanos que han sido signados por México ¿mediante cuál se supone que la autoridad mexicana “protegió” al fotoperiodista, tal cual lo marca la Constitución?
Y es que en este extenso “menú” de supuestas garantías, están, por ejemplo, declaraciones que abarcan los tópicos de  protección en casos de tortura y otros tratos o penas crueles, inhumanos o degradantes; protección contra las desapariciones forzadas, así como sobre los principios fundamentales sobre la contribución de los medios de comunicación de masas para fortalecimiento de la paz y la comprensión internacional.
Pero ninguno, al parecer, fue respetado y/u honrado no sólo en el caso de Rubén,  sino en el de otros 103 periodistas asesinados desde el año 2000 en México, 22 desaparecidos y los 42 ataques a instalaciones de medios de comunicación contabilizados de 2006 a la fecha.
¿Ya notaron por qué no fue el Estado? Si todavía no, ahí le van más pruebas: existen dos tratados firmados por México, que particularmente llaman la atención: el Código de conducta para Funcionarios encargados de hacer cumplir la Ley (Diciembre 1979) y la Declaración sobre los principios fundamentales de Justicia para las Víctimas de delitos y del abuso de poder (Noviembre 1985).
Y agárrese: en el primer documento, el Artículo 2 versa lo siguiente: “En el desempeño de sus tareas, los funcionarios encargados de hacer cumplir la ley respetarán y protegerán la dignidad humana y mantendrán y defenderán los derechos humanos de todas las personas”.
Asimismo, el inciso “B” del segundo texto, comienza recitando: “Se entenderá como ‘víctima’ a la persona que, individual o colectivamente, haya sufrido daños, inclusive lesiones físicas o mentales, sufrimiento emocional, pérdida financiera o menoscabo sustancial de sus derechos fundamentales, como consecuencia de acciones y omisiones que no lleguen a constituir violaciones del derecho penal nacional pero violen la norma internacionalmente reconocida relativa a los Derechos Humanos”.
¿Y todavía cree usted que fue el Estado? Yo digo que no, porque como ya lo expliqué, constitucionalmente el Estado tiene la obligación de garantizar la seguridad y el bienestar ciudadano de todas y todos los mexicanos; evitar el abuso de poder, proteger y brindar ayuda a quien la requiera, ahí sí, periodista o no. Y con Rubén y Nadia, principalmente y no obstante los antecedentes que tenían, no lo hizo.
Y es que ¿cómo va a ser el Estado, si ni a sí mismo se puede cuidar? Es más: ¡hasta pide a los propios periodistas que "le echen la mano"!

No, estimada y estimado lector. El Estado no fue, pues si hubiera sido, habría hecho su trabajo: proteger… y no lo hizo.

POST-IT: De pésimo gusto y completamente carente de respeto los "posicionamientos" de varios partidos de oposición, respecto a la muerte de Rubén Espinosa. Por favor, instituciones políticas: dejen de utilizar el hecho como bandera de ataque electoral y demuestren tantito corazón, siquiera por humanismo.



Twitter: @MA_GomezPolanco